miércoles, 18 de febrero de 2015

El equilibrio entre la crianza de los hijos y el tiempo de trabajo.

La culpa por el tiempo negado a los hijos, un mal cada vez más difícil de manejar

Mientras crece el rol de las niñeras en el cuidado de los chicos, cada vez más padres se debaten frente al dilema de hallar el equilibrio entre trabajo y crianza.




Los mensajes nunca alcanzan. No importa cuántas veces se llame, el vacío sigue igual. ¿Tomó el remedio? ¿Comió todo? ¿Hizo la tarea? ¿Qué no mire tanta televisión? La casa teledirigida, los hijos a control a remoto. La culpa no reconoce motivos. Se aloja en algún rincón y atormenta. Mal del mundo moderno, trabajo e hijos parecen dos piezas difíciles de ensamblar.
“La falta de tiempo con los hijos puede provocar desde baja autoestima hasta generar enfermedades”, alerta  la psicoanalista Eva Rotenberg. Sin embargo, aclara que “un chico necesita alguien que lo quiera, no alguien que lo cuide; el cuidado se puede reemplazar pero el padre que lo alienta, que cuando llegue a casa valore el dibujo que hizo, eso no se reemplaza”. Rotenberg dirige Escuela para Padres, una institución que desde que se abrió, hace diez años, tiene siete sedes y atiende a más de doscientas familias que se acercan buscando asesoramiento.
“Cuando uno piensa en la familia del siglo XIX, los padres no se cuestionaban tanto. Los pobres trabajaban en el campo y dejaban a los hijos solos y los ricos los mandaban a internados. Hasta estaba mal visto darles de mamar”, explica la antropóloga Mónica Tarducci, investigadora de la UBA y directora de la Especialización en Estudios de Familia de la Universidad de San Martín. “La aparición de la culpa se consolida a mitad del siglo XX –agrega–, con la idea de las madres full time. Hay que entender que la maternidad como institución es una construcción social.Un siglo atrás los chicos no tenían ni derechos y los padres no se cuestionaban nada. Hay una cuestión de inseguridad, que tiene que ver con una cultura de la maternidad ideal y la aparición de la figura del experto que enseña a ser padres”.
Hay días en que a Patricia Carrillo la mirada se le va a algún lugar que nunca es ese en el que está. Está ahí, sentada en la recepción, esforzando una sonrisa. Y la mirada se le va. Hace cinco años, cuando su ex marido la dejó sola con sus cuatro hijos a Patricia no le quedó más remedio que salir a buscar trabajo y pasar todo el día fuera de casa. “Las más chicas reclaman, es lógico. Apenas las veo a la mañana y a la noche llego justo para cenar y me voy a la cama porque estoy muerta. Pero no me queda otra. Me gusta mi trabajo y  lo necesito  pero quisiera estar más tiempo con ellos, que no estén tanto solos”. Patricia se resigna y cuenta como se lleva adelante una casa con mamá por teléfono: “Mi hijo tuvo que hacer de remisero de sus hermanas y las chicas se acostumbraron a no invitar amigos porque yo no estoy nunca en casa”.
Planeta Mamá fue una de las primeras guías online. Dos años atrás la revista, quiso saber que pensaban sus usuarios sobre lo que les pasa a los padres. Los datos fueron concluyentes: El 27,4 por ciento dijo que le faltaba tiempo para los hijos y el 30 por ciento aseguró que, de tener dos horas más por día, se las dedicaría a ellos.
“Suele ocurrir que los padres tratan de compensar de alguna manera aquello que sienten como un déficit o deuda hacia sus hijos –explica la pediatra y psicoanalista Felisa Lambersky de Widder– y por lo tanto, los consienten en exceso, por lo cual se va desarrollando una especie de tiranía del niño hacia los padres que redunda en una cierta inversión de roles, donde quienes imprimen el marco de la ley son los hijos”.
Susan McHale, directora del Instituto de Investigación de Ciencias Sociales en la Universidad de Pensilvania, publicó una investigación en la revista Child Development donde pudo determinar que existe una relación entre la autoestima y el tiempo compartido con los hijos. La relación es tan estrecha que no sólo resulta fundamental en los chicos más pequeños, también es importante para los adolescentes. Después de estudiar 200 familias durante más de siete años, McHale pudo determinar que los padres apenas consiguen estar a solas con sus hijos una hora a la semana. Las madres, en cambio fueron más afortunadas: pasan con ellos quince minutos más
http://www.clarin.com/sociedad/relaciones-familia-trabajo-nineras-hijos-tiempo_0_1304269631.html

lunes, 22 de diciembre de 2014

La importancia de los reforzamientos en psicologia

domingo, 4 de mayo de 2014

Control de esfinteres para los chicos, descontrol emocional para los padres.


Si todos los nenes de determinada edad dejan los panales, significara que ya es tiempo de sacárselo?
Cual es la edad ideal?
Existe un método para hacerlo?
Hay un momento del año ideal?
Si el hijo de tu vecina controla esfínteres, el tuyo esta retrasado porque no lo hace?

Si estuviéramos en una isla desierta con nuestros niños, y contempláramos al bebé humano, con la misma celeridad con la que observamos a los animales, constataríamos que el control de esfínteres real se produce mucho más tardíamente de lo que nuestra sociedad occidental tiene ganas de esperar. Lamentablemente, en lugar de examinar cuidadosamente cómo suceden las cosas, elaboramos teorías que luego pretendemos imponer esperando que funcionen.

Hemos impuesto a los niños el control de esfínteres alrededor de los dos años de edad, con lo que este tema se ha convertido en todo un problema. Si observáramos sin prejuicios el proceso natural, estaríamos ante la evidencia de que los niños humanos la realizan después de los tres años, algunos después de los tres años y medio, o incluso después de los cuatro años. ¡Qué importa!

Sin embargo los adultos -sin pedir permiso a los niños- ¡Les sacamos los pañales mucho antes! Esto significa que les arrebatamos el sostén, la contención, la seguridad, el contacto, el olor, agregándoles la exigencia de una habilidad para la cual no están aún maduros. Que el niño nombre “pis” o caca” no significa que cuente con la madurez neurobiológica para controlar dicha función.

Sacar los pañales porque “llegó el verano”, decidir que ya tiene dos años y tiene que aprender, responde a la incomprensión de la especificidad del niño pequeño y de la evolución esperable de su crecimiento. Cabe preguntarnos porqué los adultos estamos tan ansiosos y preocupados por la adquisición de esta habilidad, que como otros aspectos en el desarrollo normal de los niños, llegará a su debido tiempo, es decir cuando el niño esté maduro.

Controlar esfínteres no se aprende por repetición, como leer y escribir. Se adquiere naturalmente cuando se está listo, como la marcha o el lenguaje verbal.

Ahora bien, si no estamos dispuestas a rendirnos ante la sabiduría del tiempo interno de cada niño, las mamás lucharemos contra los pis que se escapan, las bombachas y calzoncillos mojados, las sábanas y colchones al sol, los pantalones interminables para lavar, mientras acumulamos rencor, hastío y mal humor en la medida que creamos que nuestros hijos “deberían haber ya aprendido”. En cambio, si dejamos a los niños en paz, después de los tres años, o cerca de los cuatro años, (sin olvidar que cada niño es diferente) simplemente un día estará en condiciones de reconocer, retener, esperar, ir al baño, sin más trauma y sin más vueltas que lo que es: controlar con autonomía los esfínteres.

A mi consultorio llegaron durante años niños con problemas de enuresis de 5, 6, 7, 8 años e incluso de mayor edad. La mayoría de ellos, se hacen pis sólo de noche, mientras duermen. Invariablemente les han sacado los pañales alrededor de los dos años. Los casos de enuresis son muy frecuentes, pero habitualmente no nos enteramos porque de eso no se habla. Total quedan como secretos de familia. He comprobado que cuando las mamás aceptan mi sugerencia de volver a ponerles pañales (caras de horror), los niños los usan el mismo lapso de tiempo que hubiesen necesitado desde el momento en que se los sacaron hasta que hubiesen podido controlar esfínteres naturalmente. Como si recuperaran exactamente el mismo tiempo que les fue quitado. Y luego, sencillamente se acaba el “problema”. Hay padres que opinan que “es contradictorio volver a poner un pañal una vez que se tomó la decisión de sacarlo”. En realidad en la vida probamos, y damos marcha atrás si es necesario y saludable. Simplemente diremos: “creí que estabas listo para controlar los esfínteres, pero obviamente me equivoqué. Te voy a poner el pañal para que estés cómodo, y cuando seas un poco mayor, estarás en mejores condiciones para lograrlo”. Es sólo sentido común. Se alivian las tensiones y finalmente el control de esfínteres se encausa.

Los niños -frente a la demanda de los adultos- hacen grandes esfuerzos para controlar sus esfínteres, pero ante cualquier dificultad emocional -por pequeña que sea- se derrumba el esfuerzo desmesurado y se escapa el pis. Luego vienen las interpretaciones: “me tomó el tiempo”, “me lo hace a propósito”, “él sabe controlar pero no quiere”.

Entiendo la presión social que sufrimos las mamás. Hay jardines de infantes que no aceptan niños en salas de tres años con pañales. Hay pediatras, psicólogos, y otros profesionales de la salud, además de suegras, vecinas y amigos bienintencionados que opinan y se escandalizan. Pero es posible sortearla con un poquito de imaginación: los pañales son descartables, baratos y anatómicos, lo que les permite a los niños ir a jugar, ir a un cumpleaños, al jardín, sin tener que pasar por la humillación de mojarse en todos lados. Hay quienes no quieren ir al jardín a causa de la probabilidad de hacerse pis. Otros se vuelven tímidos, otros especialmente agresivos mojando cuanta alfombra encuentran a su paso.

Por otra parte, hacer “pis” no es lo mismo que desprenderse de la “caca”. Muchos niños que controlan perfectamente el pis, piden el pañal para hacer caca. Es importante que les ofrezcamos lo que están pidiendo, porque nadie pide lo que no necesita. ¿Cuál es el motivo para negárselo?

Yo espero humildemente que alguna vez nos demos cuenta del grado de violencia que ejercemos contra los niños, envueltos en exigencias que no pueden satisfacer y que se transforman luego en otros síntomas (angustias, terrores nocturnos, llantos desmedidos, enfermedades, falta de interés) que hemos generado los adultos sin darnos cuenta.

Acompañar a nuestros hijos es aceptar los procesos reales de maduración y crecimiento.
Y si sentimos rechazo por algún aspecto, entonces preguntémosnos qué nos pasa a nosotros con nuestros excrementos, nuestros genitales y nuestras zonas bajas que nos producen tanto enojo. Dejémoslos crecer en paz. Alguna vez, cuando sea el momento adecuado controlarán sus esfínteres naturalmente, así como una vez pudieron reptar, gatear, caminar, saltar, trepar y ser hábiles con sus manos. No hay nada que modificar, salvo nuestra propia visión.


lunes, 24 de marzo de 2014

Adolescencia, emociones y automutilacion

¿De qué se trata la automutilación?

Se trata de cortes, rasguños, quemaduras o arañazos realizados a propósito por uno mismo mediante un objeto filoso o cortante; una navaja, un cuchillo, una tijera, la lengüeta metálica de una lata de bebida, el extremo de un clip, una lima de uñas o un bolígrafo. Algunos, se queman la piel con la colilla de un cigarrillo o con un fósforo encendido y de forma  lo suficientemente profundos como para cortar la piel y causar sangrado.
Generalmente se lesionan en muñecas, antebrazos, abdomen, muslos, aunque se pueden lesionar otras zonas), que suelen hacerse a escondidas, en secreto, y ocultarse las heridas y las posteriores cicatrices, bajo mangas largas, varias mangas, pantalones e impidiendo el acceso de otras personas a su habitación, al baño o, buscando excusas, para no hacer deporte e, incluso, la clase de gimnasia ya que la automutilación suele conllevar un sentimiento de vergüenza y ocultación, de forma que, si alguien las descubre, inventan excusas sobre cómo se lastimaron.
La mayoría de quienes se automutilan son mujeres, pero los varones también lo hacen. Generalmente esta conducta comienza en la adolescencia y puede continuar en la vida adulta. En algunos casos, hay antecedentes familiares de automutilación mediante cortes.
La automutilación suele empezar con un impulso. Pero, muchos adolescentes descubren que una vez que empiezan , esta conducta les resulta adictiva y puede ser difícil abandonarla. Muchos de los adolescentes que se lesionan afirman que cortarse les proporciona un alivio para sus emociones de profundo dolor, y, por tanto, esta conducta tiende a reforzarse a sí misma. La automutilación consigue convertirse así en la respuesta habitual de un adolescente a las presiones y a los sentimientos que le resultan insoportables. Algunos quisieran dejar de hacerlo, pero no saben cómo o sienten que no pueden. Otros no desean dejar de cortarse.

¿Por qué se cortan los adolescentes?

Lo hacen por diferentes motivos. Para la mayoría, es un intento de interrumpir emociones fuertes que les resultan intolerables. Pero no es un intento de suicidio. Aunque, demasiadas veces, subestiman la posibilidad de que las infecciones o hemorragias que acompañan a estas lesiones les ocasionen heridas más graves e, incluso, enfermedades.
Emociones fuertes y abrumadoras
La mayoría de los adolescentes que se cortan sufren con emociones fuertes. Creen que, el lastimarse es la única manera de expresar o interrumpir esos sentimientos que son demasiado intensos para soportar; el dolor emocional de sentirse rechazados (ya sea en el colegio, en el grupo de amigos o, incluso, en la propia familia), la pérdida o el fin de una relación, o una angustia profunda pueden ser abrumadores para algunos adolescentes.
Además, muchas veces lidian con situaciones difíciles que nadie más conoce. En otros adolescentes, es la presión de ser perfectos o de estar a la altura de expectativas inalcanzables, ya sean propias o impuestas. Algunos, han sido heridos por un trato severo o por situaciones que los han hecho sentir sin apoyo, impotentes, indignos o faltos de amor.
También, existen otros adolescentes que han sufrido un trauma, lo que puede causar períodos de adormecimiento emocional. Para ellos, cortarse puede ser una manera de comprobar si todavía pueden “sentir” dolor. Otros lo describen como una forma de “despertarse” de dicho adormecimiento
El dolor físico autoinfligido es específico y visible
Para algunas personas, el dolor físico es preferible al dolor emocional ya que esté sólo puede sentirse como inespecífico, difícil de precisar y de aliviar. Sin embargo,al cortarse, los adolescentes dicen sentir una sensación de control y alivio al saber de dónde proviene su dolor, de una forma específica, y, al mismo tiempo, sensación de bienestar cuando se detiene. Las lesiones pueden simbolizar el dolor interior que no se pudo verbalizar, confiar a alguien, reconocer o sana
Una sensación de alivio
Muchos de los adolescentes que se cortan describen la sensación de alivio que sienten al hacerlo, lo que es común de las conductas compulsivas. Ello podría  ser debido a varios motivos: la liberación de endorfinas u hormonas del “placer” que se liberan cuando se produce un esfuerzo físico intenso y que también pueden liberarse cuando se produce una lesión;la distracción de las emociones dolorosas que produce el dolor físico intenso y la impresión de ver sangre.
La sensación de “adicción”
Cortarse puede crear hábito. Si bien sólo proporciona un alivio temporal del dolor emocional, cuanto más se corta una persona, más necesidad siente de continuar haciéndolo.
Al igual que con otras conductas compulsivas, el cerebro comienza a relacionar la sensación momentánea de alivio de las emociones desagradables con la acción de cortarse. Cada vez que surge dicho dolor, el cerebro busca ese alivio y lleva al adolescente a repetir esta conducta.
Este es el motivo por el cuál lesionarse mediante cortes puede convertirse en un hábito que hace que la persona se sienta incapaz de dejarlo,especialmente, si las tensiones emocionales a las que esta sometido el adolescente, son intensas.
Problemas de salud mental
El cortarse a menudo está vinculado o forma parte de diversos problemas de salud mental como son: impulsos, obsesiones o conductas compulsivas. A veces, la depresión o el trastorno bipolar pueden contribuir a que los estados de ánimo sean tan abrumadores que al adolescente le cueste regularlos.
Lo mismo ocurre con los trastornos de personalidad en que las relaciones interpersonales se viven de forma intensa pero inestable, así como conductas de riesgo o autodestructivas  generadas por emociones peligrosas. Para otros, el estrés postraumático ha afectado su capacidad de lidiar con las situaciones o enfrentan problemas de consumo de alcohol o sustancias.
Presión de los compañeros
Algunos adolescentes empiezan a cortarse por influencia de otros compañeros que ya lo hacen. Por ejemplo, una adolescente podría intentar cortarse porque su novio lo hace. También puede existir la presión de un grupo de compañeros. Algunos adolescentes se cortan en grupo y podrían presionar a otros a hacerlo. Un adolescente podría ceder ante esta presión de grupo para demostrar que es “valiente” o “está en la onda”, para tener un sentido de pertenencia o evitar el acoso de sus compañeros.
Cualquiera de estos factores puede ayudar a explicar por qué un adolescente se corta, pero también juegan un papel fundamental los sentimientos y las experiencias únicos de cada adolescente. Algunos de los adolescentes que se cortan podrían no ser capaces de explicar por qué lo hacen. Independientemente de los factores que pueden conducir a que un adolescente se autolesione, esta conducta no es una forma sana de manejar las emociones y presiones, por extremas que éstas sean. 

Enfrentar la conducta de automutilación

Algunos adolescentes esconden sus lesiones, o si dichas lesiones requieren atención médica, ésta puede ser la  única forma de que otros se enteren de lo que les sucede; pero muchos adolescentes se automutilan mediante cortes durante mucho tiempo antes de que alguien se dé cuenta. Algunos le cuentan a alguien su problema, ya sea porque desean ayuda para dejar de lesionarse o porque desean que alguien sepa lo que les pasa.
Pedir ayuda requiere coraje y confianza. Muchos adolescentes dudan en contarle a alguien su problema porque temen que se los malentienda, o que, al saberlo, otras personas se sientan enojadas, molestas, decepcionadas, escandalizadas o los juzguen mal. Algunos se lo confían a amigos, pero les piden que no digan nada. Esto puede crear una carga para el amigo que lo sabe.
Si se los interroga acerca de los cortes, los adolescentes pueden responder de diferentes maneras; algunos, lo niegan mientras que otros quizá lo admiten, pero niegan que sea un problema. Algunos incluso pueden enojarse y sentirse molestos, o rechazar cualquier intento de ayuda. A algunos adolescentes les alivia que otra persona sepa lo que les pasa, se preocupe por ellos y desee ayudarlos.

Cómo detener la automutilación mediante cortes

Independientemente de que otra persona lo sepa y haya intentado ayudarlos o no, algunos adolescentes se siguen cortando durante mucho tiempo antes de abandonar esta conducta. En aquellos casos donde los cortes son parte de otro problema de salud mental, generalmente se requiere ayuda profesional.
A veces el hecho de cortarse u otros síntomas derivan en la hospitalización del adolescente en un hospital o clínica de salud mental. En algunos casos, deben ser hospitalizados más de una vez por autolesiones antes de que estén listos para aceptar ayuda por cortarse o por otros problemas de salud mental comórbidos.
Algunos adolescentes encuentran por sí mismos una manera de dejar de lesionarse . Esto puede suceder si el adolescente encuentra una razón importante para dejar de hacerlo, si recibe el apoyo necesario o si encuentra maneras de resistirse a este fuerte impulso.
También debe descubrir nuevos modos de manejar las situaciones problemáticas y de regular las emociones abrumadoras. Esto puede llevar tiempo y a menudo requiere la ayuda de un profesional de la salud mental.
Puede ser difícil dejar de cortarse y quizá un adolescente no tenga éxito al principio. Algunos dejan de hacerlo por un tiempo y luego recaen. Para romper con este fuerte hábito se requiere determinación, valentía y fortaleza, así como el apoyo de otras personas que brinden su comprensión y afecto.

Señales de alerta en el adolescente

  1. Usa ropa grande y abrigada aunque haga calor
  2. Manifiesta heridas, lesiones o cicatrices que no tienen explicación aparente
  3. Se encierra en el baño por largos períodos, sin dejar entrar a nadie
  4. Porta habitualmente navajas, cuchillos, cuchillas de máquinas de afeitar
  5. Se come las uñas al punto de lastimarse los dedos
  6. No participa en actividades en grupo
  7. Mantiene reserva absoluta sobre sus cosas

Recuperación

No es sencilla ya que sigue un curso parecido al de cualquier otro tipo de adicción como; el alcoholismo, la drogadicción, etc. Sin embargo, la recuperación es posible y la ayuda profesional es indispensable para superar este problema. El tratamiento incluye como algo fundamental estimular al paciente a practicar ejercicios de relajación, deporte, actividades artísticas, como una manera  de exteriorizar í sus emociones e impedir que vuelva el impulso autodestructivo.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Las patas de la mentira. Por que mienten los chicos.


 

Psicología

Las patas de la mentira

Revista
Mentimos desde chicos y por toda clase de razones: para evitar el castigo, para acercarnos a nuestros pares, para sentir que podemos tener el control. Ahora existe una singular teoría sobre cómo se desarrolla el hábito: imitando a los mayores
En los últimos años, un grupo de investigadores se decidió a tratar de entender por qué mienten los niños. Para un estudio destinado a evaluar la mentira entre adolescentes, la Dra. Nancy Darling, entonces en la Universidad Estatal de Penn, congregó a un grupo de unos doce estudiantes, todos menores de 21 años. A cada uno le entregó un mazo de 36 tarjetas, cada una de las cuales consignaba un tema en el que a veces los adolescentes les mienten a sus padres. Con una pizza y una Coca, cada adolescente revisó el mazo junto a dos investigadores, señalándoles las cosas sobre las que mentía a sus padres, y por qué.
"Empezaron diciendo que los padres les daban todo y que uno debería contarles todo", dice Darling. Al final, vieron cuánto mentían y cuántas reglas familiares habían transgredido. Según la investigadora, el 98% de los chicos consultados dijo que les mentía a sus padres.
De los 36 temas consignados en las tarjetas, cada adolescente dijo mentirles a sus padres en un promedio de 12. Mentían respecto de la manera en que gastaban la plata que recibían de ellos, acerca de si habían empezado a tener relaciones sexuales y sobre la ropa que se ponían cuando no estaban en sus casas. Mentían sobre la película que habían ido a ver y respecto de con quién habían ido. Mentían en cuanto a su consumo de alcohol y de drogas, y lo hacían también si estaban saliendo con amistades que sus padres desaprobaban.
El hecho de ser estudiantes excelentes no cambiaba mucho las cosas; tampoco había grandes cambios en el caso de chicos con gran número de actividades: ninguno de ellos estaba tan ocupado como para no transgredir algunas reglas.
Durante décadas, los padres han considerado que la franqueza es el rasgo más apreciado en sus hijos. Otros, valores como la confianza en sí mismos y la sensatez, ni siquiera se le aproximan. Los jóvenes reciben este mensaje. En las encuestas, el 98% dijo que la confianza y la franqueza eran esenciales en una relación personal. Según la edad, entre el 96 y el 98% dijo que mentir era malo moralmente. Entonces, ¿en qué momento el 98% que cree que mentir está mal se convierte en el 98% que miente?

Un hito del desarrollo

Todo empieza muy temprano. De hecho, los niños brillantes -los que tienen mejores resultados académicos- empiezan a mentir a los 2 o 3 años. "La mentira está relacionada con la inteligencia", explica la doctora Victoria Talwar, profesora adjunta de la Universidad McGill de Montreal y una de las mayores expertas en la conducta mentirosa de los niños. Aunque pensamos que la veracidad es la mayor virtud de un niño pequeño, resulta que mentir es, en realidad, su capacidad más notable. Un niño que miente debe reconocer la verdad, concebir intelectualmente una realidad alternativa y ser capaz de "venderle" convincentemente a alguien esa nueva realidad. Por lo tanto, mentir exige un desarrollo cognitivo avanzado y habilidades sociales que la veracidad no requiere. "Es un hito del desarrollo", concluyó Talwar.
Y esto pone a los padres en la situación de sentirse condenados o bendecidos... Si su hija de 4 años es una buena mentirosa, eso es señal de que es inteligente. Y los niños listos son los que corren más riesgo de convertirse en mentirosos a repetición. Cuando cumplen 4 , la mayoría de los niños empieza a experimentar con la mentira para evitar castigos. Por eso mienten cuando evalúan que el castigo es una posibilidad. Un niño de 3 años dirá "no le pegué a mi hermana" aun cuando sus progenitores lo hayan visto hacerlo.
La mayoría de los padres oye mentir a su hijo y supone que es demasiado pequeño para entender qué es una mentira o que mentir está mal. Suponen que dejará de hacerlo cuando sea más grande y aprenda a distinguir. Talwar descubrió que es exactamente al revés: los que entienden temprano la diferencia entre la mentira y la verdad, usan ese conocimiento para su provecho, lo que los hace más proclives a mentir cuando se les da la oportunidad.
Según Talwar, los chicos "se acostumbran" a mentir. En estudios en los que se observa a los niños en su entorno natural, uno de 4 años mentirá una vez cada 2 horas, y uno de 6 mentirá una vez cada hora y media. Las excepciones son pocas. Para el momento en que alcanzan la edad escolar, las razones para mentir se tornan más complejas. Evitar el castigo sigue siendo el motivo primordial, pero la mentira también se vuelve un medio para aumentar el poder y la sensación de control. Los niños manipulan a sus amigos con burlas, se jactan para afirmar su status, y aprenden que pueden engañar a sus padres.
En la primaria, muchos empiezan a mentirles a sus pares como mecanismo de defensa, para aliviar frustraciones o llamar la atención. Cualquier aluvión de mentiras es una señal de peligro: algo ha cambiado en la vida del niño de una forma que le resulta perturbadora. "Con frecuencia, mentir es un síntoma de un trastorno de conducta más importante -explica Talwar-. Es una estrategia para mantenerse a flote."
En estudios longitudinales, la mayoría de los niños de 6 años que mentían mucho empezó a hacerlo menos, gracias a la socialización, a los 7 años. Pero si mentir es para ellos una estrategia exitosa para manejar situaciones sociales difíciles, seguirán haciéndolo. Cerca de la mitad de los niños miente, y si siguen haciéndolo mucho a los 7, es probable que sigan así durante el resto de la infancia. Se han convertido en adictos.
"Mi hijo no miente", insistía Steve, un padre de poco más de 30 años, mientras miraba a Nick, su hijo de 6, que jugaba con una investigadora en el laboratorio de Talwar en Montreal. Steve describía a su hijo como un niño de buen humor y sociable. "Yo nunca lo he oído mentir", dijo. Había llevado a su hijo al laboratorio después de ver un anuncio en una revista para padres que preguntaba: "¿Su hijo puede diferenciar la verdad de la mentira?" La idea de que su hijo no fuera sincero con él le resultaba profundamente perturbadora. Durante el estudio, Nick engañó, mintió y luego volvió a mentir. Lo hizo sin vacilar, sin un atisbo de remordimiento.
Uno de los experimentos -una variación de otro llamado paradigma de resistencia a la tentación- se conoce en el laboratorio como "el juego de espiar". Una de las investigadoras de Talwar le dijo a Nick que jugarían a las adivinanzas. Nick debía sentarse de cara a la pared y tratar de adivinar cuál era el juguete que ella sacaba, basándose en el sonido que hacía. Si adivinaba 3 veces, ganaba un premio. Los 2 primeras fueron fáciles: un auto de policía y una muñeca que lloraba. Nick saltó en su silla, encantado, al acertar ambas veces. Después, la investigadora sacó una pelota de fútbol e hizo sonar una versión de Para Elisa, de Beethoven. Nick no supo qué contestar. Entonces, la investigadora dijo que debía salir un momento de la habitación y le advirtió que no espiara mientras tanto. Desde una cámara oculta vio cómo Nick se dio vuelta, a los 13 segundos. Apenas regresó, Nick -otra vez de cara a la pared- anunció triunfante: "Una pelota de fútbol!". La investigadora le pidió que esperara hasta que ella se sentara. El niño entendió que su respuesta debía sonar más dubitativa, y preguntó, vacilante: "¿Una pelota de fútbol?"
Se le dijo que era correcto, y se le preguntó si había espiado: "No", dijo rápidamente. Y su rostro se iluminó con una gran sonrisa. Sin un solo matiz de sospecha en su voz, la investigadora le preguntó cómo había descubierto que el sonido procedía de una pelota de fútbol. Nick apoyó el mentón en las manos y dijo: "La música sonaba como una pelota. La pelota sonaba como si fuera blanca y negra". Nick añadió que la música sonaba como la de las pelotas con las que jugaba en la escuela, que emitían un chillido. Y que la música sonaba como el chillido que escuchaba cuando pateaba una pelota. Para enfatizar su idea, refregó con la mano un costado de la pelota.
Este experimento no era sólo una prueba para ver si los niños mienten cuando son sometidos a la tentación de hacerlo. También buscaba probar la capacidad del niño de sostener la mentira, dando explicaciones plausibles y evitando contradicciones. Así que la investigadora aceptó sin cuestionamientos el hecho de que las pelotas de fútbol tocan Beethoven cuando las patean y le dio a Nick su premio. El niño estaba encantado.
El 76% de los chicos de la edad de Nick aprovecha la ausencia de los investigadores para espiar durante el juego y, cuando se les pregunta si espiaron, el 95% miente. Pero a veces las investigadoras les leen un cuento antes de preguntarles si espiaron. Uno es Pedro y el lobo, la versión en la que el niño y las ovejas son devorados por causa de las repetidas mentiras de Pedro. Alternativamente, les leen George Washington y el cerezo, en el que el pequeño George confiesa a su padre que ha talado ese árbol con su hacha. Termina con la respuesta del padre: "George, me alegra que hayas talado el árbol después de todo. Escucharte decir la verdad en vez de mentir es mejor que tener mil cerezos".

Aprender de los grandes

Ahora bien, ¿cuál de los dos cuentos creen que redujo más la cantidad de mentiras? Entre 1300 personas consultadas, el 75% pensó que Pedro y el lobo funcionaría mejor. Sin embargo, esta fábula no redujo en absoluto la cantidad de mentiras en los experimentos. De hecho, después de escuchar el relato, los chicos mintieron incluso algo más de lo normal. Mientras tanto, el hecho de escuchar George Washington y el cerezo -aun cuando Washington fue reemplazado por un personaje menos célebre para eliminar su potencial influencia sobre los niños de más edad- redujo la cantidad de mentiras de los niños un 43 por ciento.
Pedro el pastor sufre el castigo, pero que las mentiras tienen castigo no es nuevo para los niños. Agravar la amenaza del castigo por mentir sólo vuelve a los niños más conscientes del potencial costo personal, no les muestra cómo sus mentiras afectan a otros. Los expertos descubrieron que los niños que viven bajo amenaza constante de castigo no mienten menos. Se convierten en mejores mentirosos a temprana edad: aprenden a ser atrapados con menor frecuencia.
En última instancia, no son los cuentos infantiles los que logran que los niños dejen de mentir, sino el proceso de socialización. Pero la enseñanza del cuento del cerezo es útil: según Talwar, los padres deben enseñar el valor de la sinceridad tanto como deben decirles que mentir está mal.
La razón más perturbadora por la que los niños mienten es porque los padres les enseñan a hacerlo. Según Talwar, los niños lo aprenden de nosotros. "No les decimos explícitamente que mientan, pero nos ven hacerlo. Nos ven decirle al telemarketer No soy la dueña de casa. Nos ven mentir en nuestras relaciones sociales."
Pensemos en cómo esperamos que actúe un niño cuando recibe un regalo que no le gusta. Le decimos que se trague todas sus reacciones sinceras y que finja una sonrisa cortés. En otro experimento de Talwar los niños compiten en un juego por un regalo, pero, cuando lo reciben, se trata apenas de una barra de jabón. Después de darles un momento para superar el shock, un investigador les pregunta si el obsequio les gustó. Alrededor de un cuarto de los preescolares es capaz de mentir y decir que le gustó. Y el porcentaje se eleva a la mitad en los chicos de primaria. Mentir los incomoda, más cuando se les pide que digan por qué les gusta recibir ese jabón. Mientras tanto, los padres usualmente alientan esas mentiras de compromiso. "Los padres suelen estar orgullosos de que su hijo sea «cortés»; no consideran que sea una mentira", señala Talwar.
Los adultos admiten decir, en promedio, una mentira diaria. La enorme mayoría de estas mentiras son de compromiso, para protegerse a sí mismos o a otros, como decirle al compañero de oficina que trajo galletas que están riquísimas.
Alentados a decir tantas mentiras de compromiso y escuchando tantas otras, los niños empiezan a sentirse cómodos con su propia falta de sinceridad. Aprenden que la franqueza crea conflictos y que mentir es una manera de evitarlos. Y aunque no confunden las mentiras de compromiso con las dichas para encubrir travesuras, sí trasladan el marco emocional entre ellas. Se les vuelve más fácil, en el plano psicológico, mentirles a los padres.
La ironía de mentir es que se trata de una conducta normal y anormal al mismo tiempo. La mentira es esperable, pero no por eso hay que menospreciar su importancia.

sábado, 9 de noviembre de 2013

LA ANSIEDAD DE LOS NIÑOS CUANDO NO VEN A SUS PADRES

LA ANSIEDAD DE LOS NIÑOS CUANDO NO VEN A SUS PADRES

En ocasiones es preocupante observar reacciones desmedidas de angustia cuando los niños no ven a sus padres o cuando se separan de ellos.
Es importante reconocer que los gritos, el llanto y los berrinches forman parte del desarrollo evolutivo y son el modo natural de resolver una separación en los primeros 24 meses en los que el niño no tiene otro modo de expresar sus emociones. Es por ello que en estas primeras etapas del desarrollo de la personalidad, al no poder expresarse mediante las palabras, son los pataleos, los gritos, el llanto y todo el cuerpo se pone al servicio de la expresión emocional para poder comunicar la necesidad de afecto, cuidado y contención.   Los bebés están genéticamente programados para reaccionar ante estímulos como ruidos intensos, movimientos repentinos con temor. Con respecto a las personas que están a su alrededor desde el nacimiento hasta los dos meses responden positivamente a cualquier persona que les preste atención aunque ya reconozcan a su madre. Hasta los seis meses de edad el niño  está aprendiendo a discriminar unos rostros de otros pero no teme a los extraños. A partir de los seis meses el apego a su madre empieza a observarse claramente por primera vez. Cuando el niño empieza a distinguir a los extraños empieza a desarrollar la relación de apego con su cuidador y a sentir temor ante los extraños. Llorará cuando su madre no está cerca o cuando se acerca alguien que no reconoce. Esta fase es natural y cumple una función de asegurar la presencia del cuidador cerca del niño.
La ansiedad que sienten al separarse de su cuidador principal es una etapa evolutiva normal entre los 6 meses y los 14 meses, es una manifestación del apego que tiene con sus cuidadores y asegura su supervivencia. A partir de los 14 meses ya empiezan a saber que aunque sus padres desaparezcan estos no lo harán para siempre, sino que volverán. Han desarrollado un apego seguro con sus cuidadores que garantiza al niño la seguridad en sus padres para saber que estos están o estarán aunque en ese momento no se encuentren presentes. La mayoría de los niños en este período ya ha adquirido una representación cognitiva estable de la figura del cuidador lo que les permite separarse de sus padres y estar varias horas sin ellos.
Es a partir de los 18 meses cuando podemos empezar a observar que las separaciones ocasionan en el niño un gran malestar.
Diagnóstico del DSM-IV-TR para el trastorno de ansiedad por separación:
Ansiedad inapropiada y excesiva para el nivel de desarrollo del sujeto con respecto a la separación del hogar o de aquellas personas a las que está apegado, tal como lo indican tres (o más) de los siguientes síntomas:
  • Malestar excesivo recurrente cuando ocurre o se anticipa una separación respecto del hogar o de las principales figuras de apego
  • Preocupación excesiva y persistente por la posible pérdida de las principales figuras de apego o a que éstas sufran un posible daño
  • Preocupación excesiva y persistente por la posibilidad de que un acontecimiento adverso dé lugar a la separación de una figura de apego importante (por ejemplo extraviarse o ser secuestrado)
  • Resistencia o negativa persistente a ir a la escuela o a cualquier otro sitio por miedo a la separación.
  • Resistencia o miedo persistente y excesivo a estar en casa solo o sin las figuras de apego, o sin adultos significativos en otros lugares.
  • Negativa o resistencia persistente a ir a dormir sin tener cerca una figura de apego importante o a ir a dormir fuera de casa.
  • Pesadilla repetidas con temáticas de separación
  • Quejas continuas de síntomas físicos (como cefaleas, dolores de estómago, nauseas o vómitos) cuando ocurre o se anticipa la separación respecto a figuras importantes de apego.
  • La duración del problema es de por lo menos 4 semanas

¿QUÉ PODEMOS HACER?

  • Fomentar un apego  seguro. La relación del niño con sus padres) desde el nacimiento del bebé Propiciar el contacto frecuente con otros niños y adultos. Antes de los 14 meses es natural que el niño no quiera separarse de sus cuidadores principales. No forzar dicha situación en estos meses. Si ha de separarse del niño es adecuado que desde su nacimiento se acostumbre a la presencia de numerosas personas que cuidarán de él.
  • Permitirle que explore el ambiente,  fomentar que de forma natural se vaya exponiendo a situaciones como la oscuridad, permanecer a solas en la habitación, permanecer a oscuras. Y siempre con la seguridad de que ahí estaremos para socorrerle si nos lo pide. Es adecuado que vaya aproximándose sin forzarle a situaciones que le dan cierto temor.
  • Exponerle a una separación paulatina de sus padres. Quedarse a solas con los abuelos primero durante un tiempo limitado (por ejemplo, mientras la madre está en una sala, propiciar que el niño está en otra sala con sus abuelos), para así progresivamente acostumbrar al niño a la ausencia de la madre, por ejemplo dejando al niño a dormir en casa de los abuelos.
  • No desaparecer a escondidas del niño. Cuando se de cuenta que sus cuidadores no están se asustará y no podremos consolarle. El niño debe saber que sus padres se van.
  • No dejar que sus lloros nos retengan (sí nos detendrán hasta que pueda estar calmado). El niño ha de saber que nos vamos y que volveremos. Calmar al niño antes de despedirnos de él. Ayudarle a entretenerse en algún juego para que nuestra marcha no sea tan dura.
  • Tomarse muy en serio su malestar. Aunque su llanto responde a una manifestación para que no nos vayamos, el niño sufre. Calmarle con calma. No ponernos nerviosos y alterarnos al verle. El niño ha de percibir seguridad en que nos iremos pero volveremos.
  • Dejarle alguna prenda de la mamá o el papá para que tenga presente que solo está ante una separación temporal.
  • Transmitirle confianza en su cuidador temporal: “la abuelita te quiere mucho, como mamá, y si tienes miedo se lo dices y ella vendrá corriendo como hacen mamá y papá”
  • No ridiculizar al niño diciéndole que los llantos son de bebés o de “miedicas”.
  • Responder a sus preguntas con confianza y cariño. Por ejemplo un niño le pregunta a su madre todas las noches: “¿estarás cerca toda la noche?”. La respuesta puede ser: “Estaré siempre que tu me necesites, puedes estar tranquilo. Ahora has de dormirte solito porque mamá está en la habitación de al lado”
 licenciada Betina Ianovski
MN 49965
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